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domingo, 30 de septiembre de 2012
Las loberas del monte Santiago ( Orduña )
¿Puede una trampa para lobos convertirse en monumento histórico artístico?
Sin duda. Aunque no sirva ya para utilizarla contra el pobre cánido salvaje, es una importante reliquia arqueológica nacida de esa secular lucha encarnizada entre el hombre y el lobo iniciada con el nacimiento de la ganadería en el Neolítico, hace por lo tanto más de 10.000 años.
Olvidadas, arrumbadas, vencidas por los rifles, aún quedan vestigios de antiguas loberas en Burgos (10) y Álava (2), además de otras no cuantificadas en Galicia y Asturias donde se denominan caleyos, chorcos o pozobales, en Zamora llamadas cortellos, y conocidas en León por calechos.
“Al lobo hermano, con lanza en la mano”, asegura el refrán. ¿Cómo funcionaban estas trampas? Eran muy sencillas. Se trataba de cercados de piedra abiertos en amplias uves cuyo vértice terminaba en un profundo foso. Hasta allí se les dirigía empujados por batidas de decenas de ruidosos vecinos al grito de ¡Al lobo! Caídos en el agujero, indefensos, resultaba fácil acabar con ellos. En las norteñas Merindades burgalesas contaban además con cabañuelas, pequeños escondrijos donde esperaban ocultos los ejecutores, antes los ballesteros, después las escopetas. El regreso al pueblo con el cadáver del lobo cobrado se convertía en toda una fiesta.
Sólo la lobera del Monte Santiago (Burgos) ha tenido suerte. Colgada sobre el espectacular abismo por el que cae en cascada el río Nervión, en medio de un hayedo sobrecogedor, ha sido magníficamente restaurada. Situada en un espacio protegido, su único peligro será convertirse en única.
Es el triste destino de la mayor parte de nuestra arquitectura popular, de molinos, batanes, hornos, ferrerías, chozos. Arreglamos los menos como descontextualizadas atracciones de feria y nos olvidamos del resto, que poco a poco se van cayendo, los vamos tirando, o abrimos canteras en sus entrañas.
Lobera de Monte Santiago (Burgos), restaurada como elemento singular del espacio protegido, donde una escultura de un pastor azuzando a otra de un lobo recrea el uso tradicional que durante siglos se dio a estas originales trampas en todo el norte peninsular. Al fondo se abre el foso, y hacia allí se dirige el asustado animal.
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